Blog de Raul
martes, 4 de marzo de 2014
Tarea 6: Poema vanguardista
Poema dadaísta
La niña llama a su padre:
"Tatá, dadá".
La niña llama a su madre:
"Tatá, dadá".
Al ver las sopas,
la niña dijo:
"Tatá, dadá".
Igual al ir en tren,
cuando vio la verde montaña
y el fino mar.
"Todo lo confunde", dijo
su madre. Y era verdad.
Porque cuando yo la oía
decir: "Tatá, dadá",
veía la bola del mundo
rodar, rodar,
el mundo todo una bola,
y en ella papá, mamá,
el mar, las montañas, todo
hecho una bola confusa;
el mundo: "Tatá, dadá".
Características del poema:
-Predilección por las metáforas referidas a los adelantos técnicos: el cine, los deportes, el automóvil…
-Experimentación lingüística y poética por medio de la supresión de la rima, de los enlaces sintácticos y de los signos de puntuación.
-Creación constante de neologismos y empleo frecuente de palabras esdrújulas por su sonoridad.
miércoles, 8 de enero de 2014
sábado, 30 de noviembre de 2013
Tarea 3 : El Madrid de 1900
El estilo barojiano se caracteriza por la sencillez: recoge la lengua viva y emplea un lenguaje antirretórico, a veces descuidado, de frase y párrafos brefes, y de tono ágil y espontáneo.

Fuente de la Calle de la Escalinata. Foto de Alfonso Begué ( 1864 ) .
La ermita aparecía sin los trampantojos de Colonna, completamente borrados, si bien seguían en pie las cuatro estatuas que guardaban su base.
Entre estas últimas, podemos reconocer en los flancos de la entrada central los retratos de bronce de Felipe II y María de Hungría
En cambio, el jardín aún mantenía todos sus elementos principales. Pese a que Aguirre modifica la perspectiva de Meunier, pueden distinguirse fácilmente las galerías (al fondo), mientras que, en un plano preeminente, se destacan la Fuente de Narciso (a la derecha) y la estatua de Carlos V (en el centro), que, ahora sí, puede apreciarse con plena nitidez.

En efecto, hay quien ha tildado a Madrid de “ciudad-convento” por la numerosísima representación de inmuebles con utilidad religiosa frente a los escasos elementos de arquitectura civil. Y ello a pesar de las demoliciones ordenadas por José Bonaparte (el rey “plazuelas” le llamaron por convertir iglesias y conventos en plazas públicas) y los efectos de las desamortizaciones del siglo XIX.
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